En comparación con el poder que tienen los medios de comunicación, el de los padres y educadores es tan grande que cualquier crianza razonablemente buena en la educación vuelve insignificante la influencia mediática.

Nuestra mayor herramienta como padres o adultos de referencia, es la de servir de modelos. Es importante qué les decimos a nuestros hijos, qué límites y sanciones establecemos y a qué experiencias los exponemos, pero es mucho más importante quiénes somos cuando ellos nos observan.

Tal y como comenta Jones i (2002), comprender a nuestros hijos es la manera de enseñarles a comprender a los demás. No ser violentos es la manera de enseñar la no violencia. Y una actitud sana hacia la del entretenimiento se enseña mostrando una actitud semejante. Sea cual sea la trascendencia que la industria del entretenimiento tenga, la vida de un niño, usualmente está determinada por sus padres.

Es muy poco probable que la conducta real del niño pueda tomar forma a partir de lo que hacen los personajes del programa de televisión. Si un niño ve que sus padres toleran los programas de contenido violento y que, no obstante, tratan a los demás con amor, capta el mensaje: “un adulto puede sentirse bien con la violencia imaginaria, pero no intenta llevarla a la realidad”.

Con seguridad, ser un modelo afectivo efectivo, también implica que les digamos a los niños qué no nos gusta.

La psiquiatra americana Lynn Ponton, resalta que durante la educación, “los padres acostumbran a pensar que el aislamiento y la privacidad son todo lo que los adolescentes necesitan, cuando en realidad la necesidad de atención, orientación y aprobación es mucho mayor en la adolescencia temprana que en la pre adolescencia”

Así pues, debemos simplemente darles a entender que alguien los tiene en cuenta y los apoya en la difícil tarea de crecer; es algo que los tranquiliza mucho.

Educación. Animarlos a contar sus historias

Como parte de nuestra política inconsciente de ignorar los sentimientos que nos asustan con la esperanza de que desaparezcan, caemos en la trampa de pensar que las fantasías violentas de un niño son más seguras cuando son pasivas y, más amenazadoras, cuando son activas. De hecho, tal y como afirma Jonesi (2002), los niños integran sus pensamientos y sentimientos con mayor efectividad cuando más activamente los procesen.

Donald Robertsii (1999) ha subrayado que el objetivo de hablar con los niños es incitar a pensar, no hacerles cambiar de opinión. Cuando se les invita a pensar, los niños no tienen que resistirse a lo que se les dice sólo para proteger su terreno. En ocasiones los niños pueden conducirnos a lugares interesantes y hemos de confiar en sus reacciones en vez de tratar de encaminarlas o anticiparlas.

El psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi iii (2001), ha insistido que las ciencias sociales y creativas que el niño tiene alrededor del entretenimiento, pueden contribuir a su desarrollo o a convertirse en una persona más compleja. Casi igual de bajos son los estados de flujo que experimentan durante diversiones solitarias y pasivas, en especial de la televisión. Las investigaciones indican que los adolescentes que se zambullen en actividades más activas, sean individuales o sociales, tienden a rendir más cuando son adultos. “Las actividades que fomentan los estados de flujo elevado nos exigen bastante”, dice Csikszentmihalyi:

“Nos fuerzan a expandir nuestra personalidad de aprender nuevas dimensiones de nosotros mismos. La dificultad radica en que es mucho más fácil acceder y quedar atrapado en un estado de flujo bajo. El peligro de la televisión es su medio seductor. La podemos encender porque hay algo que realmente queremos aprender, aunque es muy fácil quedarse sentado frente a ella. Nuestro estado de ánimo decae y nosotros seguimos sentados”.

De esta forma, podemos ayudar a los jóvenes aprender a confiar en sí mismos y ocuparse de ellos mediante la afirmación de sus sentimientos y fantasías. Podemos ser sus mentores y mostrarles los trasfondos y las implicaciones de los programas de televisión y otras formas de entretenimiento, así como alentarles a canalizar sus fantasías de modo productivo. Desgraciadamente, no todos los jóvenes tienen la suerte de contar con adultos que cuiden de ellos. Algunos deben resolver sus relaciones con los medios sin ningún tipo de guía adjunta y enfrentándose a la hostilidad de sus mayores.

Cuando los jóvenes creen que el mundo oficial les es hostil, indiferente o irrelevante, los sentimientos de reconocimiento de pertenencia que les aporta el ocio pueden ser transformadores. La fantasía les puede permitir dirigirse imaginariamente a lugares espantosos que les ayudan a entender lo que está pasando y del tipo de dolor por el que han pasado otras personas.

Torosyani (2007) cree que a los niños se les debería enseñar habilidades básicas para el manejo de conflictos desde sus años de preescolar: entrar en contacto con sus emociones, aprender a esperar y a no reaccionar precipitadamente, utilizar esa espera para elegir respuestas de manera más consciente, escuchar a los demás y reconocer al otro. En el proceso de enseñar estas habilidades, debemos evitar transmitirles el mensaje de que sus sentimientos carecen de importancia y legitimidad, por ejemplo, que no deberían experimentar ira ni disfrutarla de ninguna manera. Torosyan (2007) cita:

“Creo que para que los jóvenes superen su sensación de vulnerabilidad y desesperación ante la rabia que aparece en sus propios relatos, deben cambiar por completo la forma en que dan significado a las cosas. Esto supone cambiar el dualismo de “la ira es mala” por una capacidad para suprimir la tensión de las paradojas y pensar “siento ira y, al mismo tiempo, siento empatía”.

Torosyan (2007) entiende que la mejor herramienta de que disponen los adultos para ayudar a los jóvenes a realizar este cambio es la empatía. Los jóvenes que han sufrido y ejercido la violencia suelen responder extraordinariamente bien a la empatía adulta con su dolor y sus conflictos. Esta empatía requiere examinar de forma detallada cómo es en realidad la vida de los niños/jóvenes de hoy, e imaginarnos que sentiríamos en su lugar. Si los jóvenes son capaces de experimentar su rabia de manera completa, sabiendo que tienen a alguien a su lado con quien hablar de ello, pueden aprender que a pesar de que no controlen sus sentimientos pueden controlar sus respuestas.

Sólo con hacerles saber que entiendes lo que han experimentado, puedes en ocasiones abrir una puerta para la comunicación y el autoanálisis, lo cual les ayuda a darle un vuelco a sus vidas.

Casi todas las historias violentas que apasionan a los niños, representan poderosas lecciones sobre el valor, la resistencia y el desarrollo personal. No importa quiénes sean los buenos o quienes los malos, quien gana o pierde, o qué valores presentan los personajes en el transcurso de la acción. La acción en sí misma -el proceso de identificarse emocionalmente con un personaje que se enfrenta a una amenaza física y la combate con todos los recursos que tiene a su alcance- transmite unas lecciones básicas sobre la vida, tales como:

Superarse a sí mismo es bueno.

Los objetivos sólo se alcanzan gracias un total compromiso.

  • Debe elegirse con claridad.
  • A veces el conflicto resulta útil.
  • Se puede sobrevivir a la pérdida o a la derrota.
  • El riesgo tiene sus recompensas.
  • Puedes tener miedo, pero de todos modos debes hacerlo.
  • Los monstruos pueden ser destruidos.
  • La confianza en uno mismo es una herramienta poderosa.
  • Ser uno mismo es simplemente heroico.

Dominar el mundo, encontrar el lugar adecuado del héroe en ese mundo, aprender normas y limitaciones, integrar diversos poderes y funciones, entender la relación entre lo bueno, lo malo y lo que está en medio, etc. pueden ser actividades más importantes para los jóvenes que la simple emoción de la acción. A medida que el mundo real que nuestros hijos deben dominar se va complicando, también nacen los mundos fantásticos hacia los que se sienten atraídos. Pokémon es un laberinto alucinante de información y relaciones. Como hacerse adulto, lo que importa en estos mundos fantásticos es integrar las pasiones dentro del todo: integrar las emociones salvajes y egoístas en un ser completo y seguro de sí mismo, capaz de actuar en una realidad compleja.

Desgraciadamente para muchos jóvenes el muro que separa las fantasías que desean del mundo en que se les pide que participen es muy alto. Una de las fuerzas que ha construído ese muro ha sido nuestro esfuerzo para prescindir de la agresividad y la violencia. Trazamos una línea ideológica y social tan definida entre lo que es “bueno para nosotros” y lo que es “basura” relacionada con el poder y la violencia ficticios que, algunos niños se sienten inmersos en un conflicto en el que deben tomar partido. Carecen de ejemplos que les muestren, desarrollarse y hacerse más fuertes en la vida real utilizando sus fantasías, y tienen la sensación de que el mundo del entretenimiento fantástico es el único lugar seguro y acogedor.

Referencias bibliográficas

i Jones, G. (2002). Matando monstruos. Por qué los niños necesitan fantasía, super-héroes y violencia imaginaria. Editorial Ares y Mares. Barcelona.

ii Jones, G. (2002). Matando monstruos. Por qué los niños necesitan fantasía, super-héroes y violencia imaginaria. Editorial Ares y Mares. Barcelona.

Iiii  Roberts, D. F. (1999).  Kids and media at the new millennium  (Vol. 3). Diane Publishing.

iv  Csikszentmihalyi, M. (2001). Ocio y creatividad en el desarrollo humano.  Csikszentmihalyi, M. y otros. Ocio y desarrollo. Instituto de estudios del ocio, Universidad de Deusto: Bilbao.

v  TOROSYAN, R. 2007. Teaching self-authorship and self-regulation: A story of resistance and transformation. Fairfield U., CAE Faculty Publications – MountainRise: A Journal of Scholarship of Teaching and Learning 4(2):1-21.