Según Buxarrais (2016) ante un mundo donde la banalidad y el sinsentido están triunfando, en el que la avalancha de estímulos externos cada vez más seductores y poderosos nos distraen, nos adormecen y no nos permiten disfrutar de cada momento, echamos de menos algunos instantes de silencio, para escucharnos a nosotros mismos y llevar a cabo un diálogo interior, sin duda necesario, para afrontar la construcción de nuestro ser y nuestra identidad como personas.
Por otra parte, aunque no nos agrade, somos parte de una sociedad individualista, en la que somos participantes en una carrera frenética hacia la satisfacción individual a todos los niveles. Una sociedad que está viviendo un vertiginoso crecimiento del uso de las redes sociales, así como un aumento de pésimas condiciones socioeconómicas en amplios sectores sociales. Pero, no podemos eludir nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo mejor, un mundo en el que las personas seamos conscientes, libres y felices.
En este contexto, parece indispensable promover una cultura del ser en lugar de la del tener, para ser protagonistas del cambio de paradigma, generando iniciativas que se adentran en los terrenos de la interioridad, una interioridad entendida como sinónimo de ser, subjetividad, dimensión constitutiva de la persona, identidad personal. En palabras de Rilke (1929), “un espacio interior del mundo inaccesible, por su intangibilidad”.
Debemos entender la dimensión moral de la identidad personal, que el famoso informe Delors (1996) corresponde a dos de los pilares de la educación: aprender a ser y aprender a vivir juntos. Es decir, la educación debe propiciar el desarrollo como personas de vida buena, que actúen de manera responsable y comprometida, que se conozcan a sí mismas con sus potencialidades y limitaciones, que estén abiertas a los demás de trabajar por construir un mundo más humano, justo y solidario, para que su personalidad florezca y se esté en condiciones de obrar con autonomía de juicio con responsabilidad.
Para perseguir dicho cambio, es necesario atender a dos elementos esenciales para el crecimiento de la persona desde el punto de vista ético: la conciencia y el autoconocimiento. Esto equivale a potenciar el cuidado ético, que comprende dos tipos de cuidado: el cuidado de uno mismo -material, psicológico y emocional- y el cuidado de los demás. Por ello será conveniente establecer tiempos y espacios para trabajar la eternidad desde estos dos cuidados, con los que afrontaremos el reto de escucharnos a nosotros mismos para escuchar a los demás atendiendo a su subjetividad, y de considerar la multidimensionalidad de la persona, su dignidad y su espiritualidad en solidaridad con los demás.
Según Melloni (2013) la interiorización es una secuencia de prácticas que nos permiten educar i potenciar la conexión de nosotros mismos con un espacio interior, intuitivo i misterioso del ser humano. Es ese espacio que se abre entre nosotros y las cosas, entre nosotros y las personas, que permite redimensionar la calidad de nuestra existencia y que tiene relación con la atención, la capacidad de contención y de vivir en el presente, con serenidad, sin avidez, en actitud de receptividad, de agradecimiento y de ofrenda.
Con la palabra interioridad se pretende señalar aquella dimensión insustituible e irreductible del ser humano que todas las civilizaciones han cultivado durante milenios, fundamentalmente dentro del ámbito de la religión, y que nuestra cultura, después de aclararla, está redescubriendo más acá o más allá del marco de las tradiciones religiosas.
Cuando esta dimensión se niega, aparece una sociedad sin alma y unidimensional. Hablar de interioridad no supone dar un paso atrás sino un paso hacia delante.
Interioridad intenta ser una palabra abierta, que suscribe el reconocimiento de aquello que cada uno debe indagar, ya que está en juego la calidad de cada existencia y la manera de estar en el mundo.
Hay mucho más de lo que vemos, sentimos, pensamos o creemos. La vida tiene muchas cargas de profundidad y accedemos a ellas a medida que avanzamos en esta profundidad.
El cuidado de la interioridad permite otro acceso a lo que nos rodea. En vez de una mirada depredadora, nos enseña a relacionarnos con el entorno de manera más gratuita y compasiva. Se trata de transformar la mirada -flecha en mirada-copa: pasar de conquistar a recibir, exigir a acoger.
La paradoja de nuestra sociedad es que nunca habíamos tenido tantas cosas y nunca habíamos estado tan insatisfechos. El cultivo de la interioridad pone una distancia entre el deseo y la satisfacción que permite pasar del consumo compulsivo al goce sereno y agradecido de cada momento. “Tener menos para tenerse más”. Este atenerse más posibilitando la cuenta de los sentidos; desde una dimensión más contemplativa que a la vez nos hace menos compulsivos y más austeros.
El cultivo de la interioridad también afecta positivamente a las relaciones humanas, de manera que permite el respeto de la alteridad. Sin esta contención, el otro se confunde con las propias proyecciones. El cultivo de la interioridad posibilita que el otro sea reconocido en su misterio irreductible sin que lo fagocite. Esta distancia, permite descubrir y venerar el rostro del otro y cantar con más finura y delicadeza sus matices, sus necesidades, la validez de sus puntos de vista, aunque contradigan los propios. Al mismo tiempo, permite darse cuenta de las propias reacciones. El trabajo interior ayuda a tomar consciencia de las propias necesidades, deseos, anhelos, y proyecciones que deforman la percepción de lo que nos rodea. Esta atención sobre uno mismo permite que el propio contorno clarifique el contorno de las relaciones.
El cultivo de la interioridad afecta también a nuestra manera de estar en el mundo. Ante las diversas situaciones, permite discernirlas no desde el autocentramiento sino desde un horizonte mayor.
Circularidad entre acción y contemplación son indispensables también para la lucidez ante el compromiso social y político. La interioridad no se opone a la exterioridad, sino a la superficialidad.
También nuestras creencias están saturadas de proyecciones. Muy a menudo son las extensiones sublimadas de nuestros anhelos o frustraciones.
El cultivo de la interioridad permite darse cuenta de que la forma que aquí para mí y para mi grupo, en absoluto es la única posible.
Para la maestra zen Berta Meneses (2016), mediante diversos ejercicios, los diferentes niveles físico, emocional y mental se van equilibrando y serenando, posibilitando así la entrada en aquel ámbito del misterio que hay en cada uno de nosotros.
Según Bueno (2016), el análisis de la interioridad implica, entre otros aspectos, analizar de manera deliberada fragmentos de toda esta actividad preconsciente para hacerlos conscientes, no de forma constante ni completa, lo que sería absolutamente imposible, sino sólo cuando decidamos auto examinar nuestro yo.
¿Qué es y en qué consiste la autoconsciencia?
La autoconsciencia es el proceso mental que nos permite ser conscientes de que somos conscientes. Hace posible que reflexionemos sobre nuestra propia mente, pensamientos, analizar nuestra interioridad y nuestro yo, auto analizarnos de manera crítica y tener presente nuestro ser.
Los estados de meditación y de reposo contribuyen a afianzar la percepción del yo, y por lo tanto, al análisis de nuestra interioridad.
En este sentido, también se ha visto que la meditación favorece la plasticidad neuronal, refuerza los procesos de aprendizaje y potencia la empatía. Esta última, recordemos, contribuye a favorecer el puente entre el yo individual para el necesario encaje social; por eso, al principio del capítulo se enfatizaba que auto conocerse es una invitación a una mirada retrospectiva reflexiva que conmina, no sólo la necesaria capacidad autocrítica, sino también a una necesaria determinación de utilizar estos conocimientos en pro de uno mismo y de la sociedad, del bienestar y la dignidad humana, desde la libertad interior que permite la propia reflexividad.
Según Burguet (2016) en palabras del pedagogo brasileño Paulo Freire, “la educación no cambia el mundo, cambia las personas que van a cambiar el mundo”. Por ello, apostar por una pedagogía de la interioridad supone partir de la capacidad transformadora de la persona, sabiendo que entre exterioridad e interioridad no hay dualismo, sino una secuencia de continuidad. La interioridad es el camino del que emerge la exterioridad, la relación adecuada con la alteridad, sea animada o inanimada.
Espacios y tiempos de mayor quietud son, a menudo, los de eclosión de libertad y de autoconfianza plenas, donde emergen la conexión con ese más adentro. Desde la verdadera conexión con lo que cada quien es, podemos desplegar con autenticidad el ser más primigenio y devenir plenamente lo que somos, alejados del autocentramientos solipsistas.
Por ello, entendemos que la interioridad no se opone a la externalidad, sino que sería el camino hacia ella. Un viaje hacia la geografía interna que no lleve a la alteridad será indicador de introversión, autocentramiento e individualismo, y no garantiza el proceso de paz interna que permita trazar el camino hacia la paz externa. Así como una paz externa que no emerja de esa paz interior, descentrada de uno mismo, poca perdurabilidad en el tiempo podrá mantener. Lo opuesto a la interioridad sería ese paseo superficial por la vida, sin ese darse cuenta imprescindible en cualquier proceso de aprendizaje para que se consolide. Percatarse de la realidad real, percibir cuanto acontece, es vacuna contra el automatismo y la inercia que llevan al sinsentido. No hay paz verdadera sin conocimiento propio, y los procesos de transformación interna no son aislamiento. Por ello, la clave del éxito del desarrollo de esa dimensión interior es que remita a la dimensión exterior, que dé apertura a la capacidad de implicación, de compromiso y responsabilidad.
Según Meneses (2016), la interioridad es una dimensión esencial y constitutiva del ser humano; el ámbito profundo, inefable e intangible que incluye pensamientos, creencias, valores, sentimientos, anhelos… Pero también, y sobre todo, el misterio, un misterio siempre abierto que nos invita a continuas exploraciones porque es infinito. La interioridad se puede desvelar, desarrollar, hacer y crecer.
En el mundo complejo en el que vivimos, en un ambiente lleno de estímulos y cambios como nunca se ha dado en generaciones anteriores, es importante que la escuela eduque la mirada, y la escucha interior, propicie ocasiones y espacios de silencio, y proporcione herramientas que ayuden a los alumnos y alumnas a saber conectar consigo mismos. Un aprendizaje que les servirá para toda la vida.
Según esta misma autora, el reto está en que todo maestro que quiera trabajar la integridad de acompañar a sus alumnos y alumnas en un proceso de autoconocimiento, debe ser capaz de conectar con la propia necesidad de interiorización y seguir un proceso de despertar y percibir su espacio interior, experimentando la apertura que potencia sus recursos humanos y espirituales y que le va transformando en persona profundamente humana, libre y compasiva. Sólo desde esta vivencia personal es posible despertar en los chicos y chicas su capacidad para vivir plenamente, gestionar correctamente las emociones, desarrollar sus potencialidades y encontrar un compromiso real con su entorno.
Por otra parte, el diálogo continuo entre interioridad y exterioridad es lo que nos hace personas, necesitamos una cierta destreza y entrenamiento para mantener este diálogo con nosotros mismos sin caer en la superficialidad ni convertirnos en víctimas de las relaciones inconscientes que se activa cuando no hemos cultivado nuestra interioridad. Es en la práctica concreta y diaria donde se pueden crear hábitos, se potencia el compromiso con uno mismo y se disfruta de los beneficios que nos aporta, experimentando que somos mucho más que cualquier definición o patrón.
Aprendemos también que estas prácticas son transportables a las diferentes situaciones de la vida. Nos aportan claridad, paz, libertad, seguridad… Y la energía necesaria para dar la respuesta adecuada a la situación concreta.
El hábito diario de momentos y espacios de silenciamiento y conexión nos conduce, casi sin darnos cuenta, a una vida más despierta, plena y feliz.
Referencias bibliográficas
Bueno, D. (2016). En: Aprender a ser. Por una pedagogía de la interioridad (Maria Rosa Buxarrais, Marta Burguet, coordinadoras). Editorial Graó. Barcelona.
Burguet, M. (2016). Relaciones educatives, desde el cultivo del espacio interior. En: Aprender a ser. Por una pedagogía de la interioridad (Maria Rosa Buxarrais, Marta Burguet, coordinadoras). Editorial Graó. Barcelona.
Buxarrais, M.R (2016). Aprender a ser. Por una pedagogía de la interioridad. Editorial Graó, nº 322. Barcelona.
Delors, J. (1996). de la publicación: La Educación Encierra un Tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI. Laurus, 14(26), 136-167.
Melloni, X (2013). En: ¿De qué hablamos cuando hablamos de interioridad? El qué y el cómo de la interioridad. Cristianisme i Justícia. Generalitat de Catalunya, Departament de governació i relacions institucionals. Barcelona.
Meneses, B. (2016). La interioridad, un horizonte de conocimiento profundo. En: Aprender a ser. Por una pedagogía de la interioridad (Maria Rosa Buxarrais, Marta Burguet, coordinadoras). Editorial Graó. Barcelona.
Rilke, Rainer Maria (2005). Cartas a un joven poeta. (6.ª edición, 2015). Madrid: Ediciones Hiperión.